Belkis Proenza, Carlos Arrechea, Alexander Jiménez y Oneysis Valido. Foto: Alexia Fodere.

Por Antonio O. Rodríguez
Fuente: El Nuevo Herald

Al comentar La palangana en su antología Teatro cubano en un acto (1963), Rine Leal aventuraba dos denominaciones para esa creación de Raúl de Cárdenas: «absurdo épico» y «realismo del absurdo». Lo cierto es que al leer la obra uno no puede dejar de imaginarla como el resultado de una hipotética –y desenfadada– incursión de Brecht y de Ionesco en una ciudadela de La Habana Vieja. Lo interesante del texto es cómo su autor recurre a elementos del teatro vernáculo cubano, tan afines a la sensibilidad de un gran número de espectadores, para ponerlos en función de una fábula social. Como en los antiguos cuentos folclóricos estudiados por Propp, la palangana de oro es el «auxiliar mágico» que eligen Madrina, Tila, Cheo y Tata para paliar su frustración y su necesidad de reconocimiento social.

A casi cinco décadas del estreno en La Habana de La palangana, los personajes creados por De Cárdenas han regresado nuevamente a escena, esta vez en Miami, en una producción de Artefactus Teatro y Havanafama. Sólo que la breve pieza ha sido convertida por el escritor en una comedia en dos actos. Paradójicamente, la ampliación no conlleva una profundización significativa en el conflicto o en la psicología de los personajes. Esto hace que la muy sencilla anécdota se estire más allá de lo recomendable, en variaciones sobre el mismo tema, y que los recursos composicionales que resultaban sorprendentes en el libreto original (distanciamiento, ir y venir en el tiempo, alternancia de puntos de vista) pierdan parte de su atractivo a medida que se reiteran durante la representación.

Para tratar de compensar esa desventaja dramatúrgica, el director Eddy Díaz Souza ha concebido una puesta en escena que discurre con agilidad y echa mano a videos y movimientos danzarios, en la que se aprecia la voluntad de rendir homenaje a los sainetes del vernáculo cubano –no faltan las «morcillas» ni la conga final con todo el elenco– y de explotar la vigencia de tipos y motivos anecdóticos enraizados en el imaginario popular. Su propuesta revela vínculos afectivos entre los personajes no explicitados por el texto y concede una particular importancia a la banda sonora, que nos remite a los hits musicales de los años 1950 (desde Tito Gómez y Blanca Rosa Gil hasta Celeste Mendoza y Lino Borges) a la vez que «comenta» estados de ánimo y situaciones.

Sin embargo, aunque en la función del sábado 25 de septiembre Belkis Proenza, Jorge Ovies, Oneysis Valido, Carlos Arrechea y Alexander Jiménez ejecutaron con limpieza –al menos en lo que a sincronismo se refiere– la compleja partitura de flashbacks, efectos de distanciamiento y transiciones, uno de los talones de Aquiles del espectáculo estuvo en las actuaciones. La construcción de los personajes enfatizó casi todo el tiempo lo externo y códigos gestuales previsibles, y se descuidó la verdad interior (problemas particularmente notorios en el desempeño de los aún muy «verdes» Arrechea y Jiménez). A los reparos anteriores hay que añadir descuidos en la dicción.

La decisión de convertir al sastre Cheo en un «pintoresco» homosexual dio pie a una caracterización llena de tópicos, cuestionable por varios motivos. Uno de ellos: el público no se ríe con el drama del personaje, sino de los caricaturescos subrayados de su proyección afeminada (la declaración en el juzgado).

Con pinceladas creativas y un ritmo sostenido, El solar de la palangana de oro explora el universo del costumbrismo desde una perspectiva no realista. El espectáculo permite constatar la vigencia del «género»… incluso tratándose de un «falso» vernáculo o de un ejercicio de reinvención, como sucede en este caso. La cálida acogida del público evidencia que el solar, un espacio urbano utilizado con disímiles intenciones por destacados dramaturgos cubanos –José Ramón Brene en Santa Camila de La Habana Vieja, Héctor Quintero en El premio flaco, Eugenio Hernández Espinosa en María Antonia, Nicolás Dorr en La chacota, entre otros…–, conserva su magnetismo y su idoneidad para exponer todo tipo de conflictos y obsesiones, y para propiciar la identificación del espectador popular con ellos. Incluso, aunque la trama gire alrededor de algo tan singular como una palangana de oro, porque, como bien sugiere el sastre Cheo, «¿Cuántos hay por ahí en busca de su palangana?».