Hace unas semanas tuve la gran satisfacción de recibir un ejemplar del libro Raquel Revuelta: a la memoria de una gran actriz, del escritor cubano Juan Cueto-Roig. Esta segunda edición presenta algunas variaciones y añadidos, por lo que seguimos celebrando su reimpresión y la voluntad de su autor por homenajear a tan significativa figura de la escena teatral cubana.

Aprovecho la oportunidad para agradecer este obsequio de Cueto-Roig e invito a los lectores a acercarse a este minucioso trabajo investigativo, que nos brinda una mirada distinta y cálida a Raquel Revuelta, con la pasión y amor al teatro de Juan Cueto-Roig. Acompaño este nota con un texto de Norge Espinosa, escrito a raíz de la circulación del primer ejemplar.

Norge Espinosa Mendoza
11.15.2012.

Cuando el diseñador cubano Carlos Repilado me advirtió que había traído desde Miami un ejemplar del libro que Juan Cueto-Roig había dedicado a Raquel Revuelta, nunca imaginé que el volumen fuese el resultado de un empeño tan amoroso. No es solo un tomo de gran formato, impreso en papel cromo, con abundantes imágenes a color y en blanco y negro [se refiere a la editio princeps], sino que es también el repaso merecidísimo a la trayectoria de una mujer inolvidable, tan polémica como saben serlo los grandes talentos, a quienes, por encima de todo lo que ronde sus leyendas, hay que dedicar aplausos y tantas otras maneras del agradecimiento.

Los que conocimos a Raquel la tendremos siempre presente como una figura que, incluso a pesar suyo, se sabía trascendente. Dotada para la tragedia, para los roles de emociones contrastantes, fue poco a poco ascendiendo hasta llegar a la cúspide de la fama en esa isla donde otras actrices, no menos prodigiosas, siguen reconociéndola como un paradigma. De Verónica Lynn a Hilda Oates, llegando hasta otras más jóvenes que no la vieron actuar sino en las películas que rescatan el paso de su imagen, ella ha logrado ser para todas una referencia ineludible. Baste ver a Broselianda Hernández en Martí, el ojo del canario, la excelente película de Fernando Pérez, para reconocer un hálito en el magnífico desempeño de esta intérprete, que viene de los pasos y los gestos y los tonos que desplegó Raquel en Lucía, Cecilia y Un hombre de éxito.

El libro de Juan Cueto-Roig se rinde ante su biografía, y la recupera en fragmentos, fotografías, crónicas, comentarios. Es un acto de devoción que los cubanos no hemos hecho ante lo que Raquel debiera tener como señal que destaque su presencia entre nosotros: lo que aportó en vida y lo que sigue aportando desde ese más allá del que ella hablaba con su ironía implacable, cigarro en mano y mirada penetrante. Ella fue capaz de despertar grandes recelos y grandes pasiones. Fue enemiga de muchos y favorecedora de otros tantos. Negó al Antón Arrufat de Los siete contra Tebas y acogió en Teatro Estudio a no pocos parametrados. Fue Juana de Lorena en 1956, y en 1959 protagonizaba El alma Buena de Se Chuán, a las órdenes de su hermano, capaz de convencerla que su arsenal stanislavskiano debía reciclarse en términos propuestos por Brecht. Tuvo en Roberto Garriga su mejor director ante las cámaras televisivas. Y se largó de la sala Hubert de Blanck, cuando se desataron demasiados vendavales. Diez años esperó para tener su propia sede, y como muestra de su afecto, accedió en darle el nombre de uno de sus colegas más queridos: Adolfo Llauradó.

Raquel Revuelta, a la memoria de una gran actriz; es el libro que un admirador ha hecho para que otros la vean en ese espejo de recuerdos, donde ella volverá a tener Un romance cada jueves y será una Doña Bárbara insuperable, cuya maldad me acosa desde los sueños de la niñez. Pude entrevistarla un par de veces. Puedo señalar, a quien lo quiera, en qué butaca prefería sentarse en el lunetario de la Llauradó. Cada vez que entro a ese sitio, de alguna manera, le pido permiso. Porque a su manera está ahí, y sospecho qué diría de ciertas cosas que suben hoy a la escena.

Contradictoria y tremenda, sigue siendo la actriz cubana más admirada, tras haber desplazado a otras que le podrían disputar ese papel tan grande y ambicionado por muchas. Quienes han visto el ejemplar que puedo mostrarles en La Habana, han quedado deslumbrados ante lo que el libro es, ante la Raquel Revuelta que reencarna en esas páginas, dispuestas por el autor como álbum, y no concebidas para ser comercializadas.

El impacto que este volumen ha conseguido, sin embargo, nos hace desear que otra edición, ampliada, corregida, dilatada en muchas direcciones de lo que Raquel fue, llegue a las manos de quienes la aplaudieron. Junto a los empeños de investigadores como Ramón Fajardo y Enrique Río Prado, por mencionar solo dos nombres, nos devuelven la Cuba en que estas personalidades crearon un arte genuino para las tablas y la cultura en Cuba. Eso es en realidad este libro. Que nos hace pensar en los que deberían tener, a semejanza de este, un Vicente Revuelta, una Berta Martínez, un Roberto Blanco… y tantos más. Para que esos ánimos se conviertan en libros futuros, saludo ahora este, un regalo invalorable debido a Juan Cueto-Roig. Y no digo una palabra más, porque el mejor agradecimiento, a veces, va callado.