
Miami, temporada 2009
La vitrina teatral de Miami reunió este año algo más de cuarenta producciones. No todas del patio, por cierto. La cartelera se enriqueció esta vez, como en otras oportunidades, con la presencia de compañías extranjeras (once, aproximadamente), algunas de ellas invitadas al XXIV Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami.
La muestra —superior a la veintena generada en 2008— incluyó lecturas dramatizadas, estrenos y reposiciones. El Instituto Cultural René Ariza, que ha logrado a través de estos cuatro años cautivar a un auditorio sensible y fiel, presentó textos de autores cubanos en el exilio, tales como: Las vidas del gato de Pedro Monge Rafuls, Fuerte como la muerte de Daniel Fernández, Una rosa para Catalina Lasa de Rosa Ileana Boudet, Las monjas de Eduardo Manet y Triángulos obtusos de Julie de Grandy. Los jóvenes de Teatro Prometeo también repasaron, libreto en mano, obras de Sor Juana Inés de la Cruz (Los empeños de una casa) y Manuel Ascensio Segura (Ña Catita).
Con el respaldo del Archivo Teatral Cubano y Teatro en Miami Studio se produjo, en el mes de mayo, la lectura de Chamaco, obra de Abel González Melo, bajo la dirección de Alberto Sarraín. Su propuesta de lectura escénica fue entonces intimista y cálida. Algunas actuaciones requerían forzosos ajustes como, por ejemplo, Leandro Peraza en el rol de la florista y Mario Salas-Lanz en el personaje del tío de Kárel. Empero, Sarraín consiguió un agradable diseño de movimientos e imágenes sugestivas y poéticas.
Para Osvaldo Stróngoli y Gualberto González funcionó la lectura dramatizada de El acompañamiento, comedia del dramaturgo argentino Carlos Gorostiza. La dirección estuvo a cargo de Stróngoli quien, a pocos días de la presentación, asumió también el rol de actor. Todo fluyó bajo la luz pobre, una mesa y algunos movimientos imprecisos. Pero fue suficiente. Los actores generaron las imágenes y sonidos necesarios, (re)crearon el universo interno y externo: la calle y sus transeúntes, la lluvia, el ruido de la fábrica… El abordaje sincero y descarnado de sus personajes, coadyuvó a la efectiva comunicación emocional entre la escena y el auditorio. Al mes siguiente, en octubre, despegaron con la temporada de este montaje.
Las reposiciones también engrosaron la cartelera; entre ellas, estas cinco: Mujeres de par en par (dirigida por Juan David Ferrer), Bernarda (dirección de Juan Roca, agrupación Havanafama), El celador del desierto (dirección de Ernesto García para Teatro en Miami Studio), El ángel de la culpa (bajo la dirección de Miguel Andrés Ponce, Minimal Teatro) y Mujeres (dirección de Tomás Martín para La quimera de plástico).

Extrañamente, el ciclo teatral de 2009 abrió y cerró, para este autor, con Mujeres… La primera, Mujeres de par en par, obra de Indira Páez, encontró en Juan David Ferrer a un director que supo servir una puesta dinámica, hábil y divertida. El espectáculo estuvo sazonado —en plena sala del Kimbara Cumbara— con ingredientes humorísticos que refrescaron el enfoque de la temática femenina y sus conflictos, acompañado de un buen grupo actoral y una acertada selección de temas musicales.
Al cierre del año, y bajo el paraguas humorístico, regresó a Miami, Mujeres (exhibida en 2008), unipersonal basado en Una mujer sola y El despertar, textos de Darío Fo y Franca Rame, a cargo de La quimera de plástico, agrupación establecida en Valladolid. La metáfora irónica e hiriente de las historias, dio pie a Tomás Martín Iglesias para plantear un montaje que se resolvió, fundamentalmente, en las habilidades corporales de la actriz. Los elementos escenográficos, precisos (una tendedera con sábanas, una tabla de planchar y algo de ropa, para el primer monólogo; y una cama, para el segundo), contribuyeron a la narración y a poetizar la trama, en algunos tramos. El director construyó escenas con recursos mínimos y creativos. La actriz, Selma Sorhegui, se encargó de convencer al auditorio con su interpretación, en la que importó, en igual medida, el texto y el cuerpo, ambos lenguajes al servicio de la comunicación. Trabajó con detalles gestuales, técnicas del clown y la pantomima para abordar y bordar sus mujeres solitarias, presas de horarios y rutinas. El público disfrutó la calidad y calidez de su propuesta y se lo agradeció con efusivos aplausos.
Bernarda, basada en la obra de Federico García Lorca, retornó en septiembre a la cartelera teatral, en puesta rediseñada por Juan Roca. En esta versión se mantuvo el concepto de actores en los roles femeninos y el uso de un maquillaje de reminiscencias orientales. El diseño de movimientos se planteó en pasarela, a nivel de suelo, con público a ambos lados del área de escenificación. Resultó atractivo y efectivo, un enfoque inusual entre los creadores del patio que apuestan por el tradicional escenario a la italiana. El montaje descansó en el recurso plástico y visual. Invitación que llevó a danzar continuamente a los jóvenes actores, buscando quizá la perfección de las composiciones; flotaron en la superficie, sin llegar a interiorizar o entender el espíritu femenino. Partiendo de elementos del teatro Kabuki, no se explica la omisión del arte y la técnica milenaria del onnagata.
De Federico García Lorca pudo verse, además, Bodas de sangre, a cargo de la compañía murciana Alquibla Teatro. El montaje, en línea general, se concentró en resoluciones estéticas y efectistas que restaron pasión y poesía a la puesta. Este espectáculo, junto a Cartas de una desconocida, de la agrupación colombiana Los ojos del hermano eterno, fueron las propuestas más deslucidas del XXIV Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami.
Partiendo de textos de la literatura dramática universal, surgieron proyectos como: Así es, si así os parece (de Luigi Pirandello, en versión de Sandra García), Chéjov vs. Chéjov (ensamble dramatúrgico de Jacqueline Briceño, basado en la vida y obra del autor ruso), Clásicos españoles (con argumentos de Cervantes y Zorrilla), La gaviota (de Antón Chéjov, en versión de Fabián de Cárdenas) y Otelo (de William Shakespeare, en versión de Raquel Carrió).
La visita de la vieja dama, de Friedrich Duerrenmatt corrió con igual suerte. Su estreno ocurrió en la sala de Teatro en Miami Studio, gracias a la versión y dirección de Rolando Moreno. Todo se iniciaba allí, en aquel pueblito cuya semejanza con alguno de nuestros pueblos no era mera coincidencia. Para colmo, como si se tratase de Macondo, la lluvia y los vientos arreciaban, justo en aquel momento en que se esperaba el arribo de Clara Krugenberger. Lo demás, es cosa sabida: la propuesta de aniquilar a un hombre y todo el pueblo entregándose, lentamente, a la cacería. El componente escenográfico no era el más idóneo. El vestuario, en cambio, fue un derroche de imaginería y una apuesta frontal a la estética del kitsch. Textos inteligentes, llenos de humor, sátira y, a veces, hasta salpicados de melancolía fueron bien recibidos por el auditorio. Las actuaciones tuvieron un nivel muy parejo. Cada actor supo sacar el mejor provecho de su personaje. Inolvidables: el coronel de Cristian Ocón, el cura de Mario Martín, el doctor afeminado de Reinaldo González, el Bartolo de Jorge Hernández, las diversas caracterizaciones de Joel Sotolongo y, claro está, la interpretación de Sandra García.
La dramaturgia latinoamericana, como puede conjeturarse, predominó en la cartelera teatral de la ciudad. Las agrupaciones del patio, subieron a escena veintiuna obras de autores procedentes de Argentina, Colombia, Cuba y Venezuela; de éstas, doce correspondieron a dramaturgos cubanos. Sin embargo, las piezas más representadas llevaron la firma de la escritora venezolana Indira Páez.
Ernesto García, autor cubano residente en Miami, con una producción dramatúrgica bastante extensa e intensa, estrenó este año Enema, una farsa de cuestionamientos filosóficos, morales y éticos. La obra se nutre de la literatura del Siglo de Oro y discurre sobre la libertad de pensamiento y creación, y el ejercicio del poder absolutista. La historia pareciera conectarse con la fabulación plasmada en el óleo satírico Extracción de la piedra de la locura, del pintor holandés El Bosco. La puesta en escena, a cargo de Ernesto García, se valió de la estética del grotesco y de algunos recursos del teatro musical. El equipo de actores no logró un nivel apropiado en su desempeño, pero hubo actuaciones destacadas, como las de Ariel Texidó y Anniamary Martínez.

Con la dirección de Alberto Sarraín se estrenó Chamaco, en el Teatro Trail de Miami. La obra, del dramaturgo cubano Abel González Melo, había obtenido el Premio de Dramaturgia de la Embajada de España en Cuba (2005), y contaba con las puestas de Argos Teatro (La Habana) y de la Compañía Semaver (Turquía). Pero la maquinaria dramatúrgica, mostraba aún algunos desajustes: pasajes profusamente expositivos y narrativos, exceso de eventos enlazados por acción del “destino” y personajes de impreciso desarrollo psicológico y dramático como, por ejemplo, la mendiga del parque, el travestido y la hermana de Miguel Depás. La puesta incurrió en otros yerros. Como se recordará: la inserción de parlamentos, canciones y poemas explicativos, el ritmo con escasas variaciones y la rutina de las persianas para cambios de escena. A nivel actoral merece especial comentario la formulación de Juan David Ferrer (Alejandro Depás), intenso en la construcción de su personaje y acertado en su composición de palabras, gestos, intensiones y silencios. Plausibles fueron también las actuaciones de Adrián Más en el rol de Kárel Darín (a pesar de no responder a los requerimientos del personaje) y Lian Cenzano, vivaz y orgánico en sus diálogos e interrelación escénica.
A punto de concluir este repaso, me animo a mencionar algunos proyectos y esfuerzos que merecen reconocimiento. Lo más significativo de este año teatral:
• Mario Ernesto Sánchez, patrocinadores y colaboradores en la organización del Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami.
• Juan Roca, patrocinadores y colaboradores en la organización del Festival del monólogo.
• La máquina de teatro, agrupación mexicana, por Nezahualcóyotl, el mejor espectáculo del XXIV Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami.
• La quimera de plástico, por sus Mujeres, un espectáculo inteligentemente concebido para una actriz con talento y oficio.
• Prometeo y Magda Montero, por la concepción y elaboración del vestuario para Chéjov vs. Chéjov.
• Jorge Noa y Pedro Balmaseda por sus ricos diseños de vestuario para Otelo y la escenografía de Aire frío, sugerencia de elementos de la arquitectura cubana, como rejas y aldabas, que escapaban de las formas puras y realistas para amplificarse y poetizarse sobre la escena.
• Juan David Ferrer, Ariel Texidó y Julio Rodríguez por sus actuaciones en Chamaco, Enema y Aire frío, respectivamente.
• Jorge Hernández y Joel Sotolongo, por sus deliciosos personajes y la excelencia lograda en La visita…
• Sandra García, en su memorable interpretación de Clara Krugenberger. La actriz se movió con soltura entre la farsa, que la deshumanizaba, y el drama de la mujer agraviada. Supo encontrar un punto entre la severidad del vengador y la debilidad de la víctima. Y así construyó su personaje, como en una cuerda floja, apoyándose en la voz (a veces recia, a veces mustia), en los recursos gestuales y corporales… Aún desde el extremo caricaturesco del personaje, supo comunicar la ambigüedad de lo humano.
• La visita de la vieja dama, de Friedrich Duerrenmatt, en dirección de Rolando Moreno, el mejor espectáculo del año.
Me faltó mucho por ver pero, como siempre, sigo esperando mucho más de nuestro teatro.
01/01/2010 at 5:41 pm
Muy interesante la recopilación de crónicas sobre la temporada teatral 2009, en Miami. Todos los que escribieron sobre esos espectáculos han dejado una visión de ese quehacer teatral, pero, en especial deseo saludar a Eddy Díaz Souza por publicar todas esas crónicas, y por darnos una visión tan clara de los espectáculos que vio, a los que no pudimos asistir, durante la temporada mencionada. Sin duda, los datos que aportó Díaz Souza, van más alla del comentario artístico para dejarnos un récord de lo que puede ser un movimiento.